La nueva carrera por África: del mapa colonial al mapa de inversiones
En los mapas antiguos, África era dibujada como “la tierra prometida” para las potencias europeas. Durante el siglo XIX, el continente fue escenario del reparto colonial, cuando en la Conferencia de Berlín (1884–1885) Inglaterra, Francia, Bélgica, Alemania y otras potencias trazaron fronteras arbitrarias que respondían más a intereses económicos y estratégicos que a realidades étnicas o culturales. Aquella colonización dejó heridas profundas: explotación de recursos, trabajos forzados, tráfico de esclavos y la creación de Estados artificiales.
Hoy, en pleno siglo XXI, África vuelve a ser un tablero geopolítico central. China se ha convertido en el mayor inversor extranjero del continente, desplazando en volumen de proyectos y préstamos a antiguos actores como Francia o Reino Unido. El interés chino no se justifica ya en la lógica del dominio militar, sino en la estrategia económica y diplomática: acceso a recursos naturales, mercados emergentes, construcción de infraestructura y expansión de su influencia política a través de la llamada Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI).
Un nuevo tipo de colonización económica
Aunque Pekín rechaza la palabra “colonialismo”, algunos analistas hablan de una “colonización económica”. A diferencia de los europeos, China no envía ejércitos ni impone gobernadores, sino ingenieros, créditos y contratos llave en mano. Carreteras, puertos, ferrocarriles y presas construidos por compañías chinas se han multiplicado desde Angola hasta Etiopía, pasando por Nigeria y Zambia. Sin embargo, muchas de estas obras están financiadas con préstamos que generan altos niveles de deuda, lo que ha abierto debates sobre una posible “trampa de deuda” que otorga a China poder de presión similar al que los imperios europeos ejercieron con la fuerza.
El contraste con Europa
La colonización europea se caracterizó por el saqueo directo: oro, caucho, marfil y mano de obra esclava. La china, en cambio, se presenta como cooperación Sur-Sur, en la que ambos ganan: África obtiene infraestructura y financiamiento; China asegura materias primas estratégicas —cobalto del Congo, litio de Zimbabue, petróleo de Angola— y acceso a mercados con más de 1,200 millones de consumidores. La diferencia central es la narrativa: mientras los europeos hablaban de “civilizar”, China habla de “desarrollar” e “integrar”.
La continuidad del poder externo
Aun así, el patrón de dependencia persiste. Las élites africanas, ayer coloniales y hoy nacionales, se ven obligadas a negociar desde posiciones de debilidad. En algunos países, la presencia china genera empleo y crecimiento; en otros, tensiones sociales por el uso de mano de obra importada y la escasa transferencia tecnológica. El trasfondo es que África continúa siendo, como en el siglo XIX, un espacio donde los grandes poderes ven futuro: entonces Europa, ahora China.
Una geopolítica en movimiento
Lo que antes se impuso con bayonetas y tratados coloniales, hoy se despliega con contratos de infraestructura y acuerdos de deuda. La historia no se repite de manera idéntica, pero África sigue siendo tratada como un escenario de oportunidades externas más que como un actor con autonomía plena. La pregunta abierta es si este nuevo ciclo permitirá al continente aprovechar la inversión china para su propio desarrollo, o si será recordado como otra fase en la larga historia de dominación externa, disfrazada ahora de cooperación estratégica.

No hay comentarios.: